sábado, 7 de agosto de 2010

La vida en un día - Cuento

¡Hola, lector misterioso!
Publico por primera vez un cuento de ficción, inédito, que escribí este año. Espero que lo disfrute. Acá va:

La vida en un día

Salí del departamento temprano por la mañana. Al principio trastabillé un poco hasta tomar ritmo con pasos firmes, agarrando derecho por la vereda de la ciudad atestada, hacia delante. La gente se cruza una a otra, adversa de entrelazar sus vidas.
Camino (porque es lo que tengo que hacer), paso la farmacia azul y blanca y llego al bar de la esquina, el pintoresco. Me engancha el semáforo en rojo, nada raro, espero su señal de seguir adelante.
Hace un día soleado, despejado.
En la cuadra siguiente, la cerrajería está cerrada y la joyería está abriendo. Hay niños jugando en la placita de enfrente. Los porteros de siempre me saludan con un movimiento de cabeza y baldean, o barren, o charlan, o hacen de porteros. Yo ando y hago de transeúnte.
El kiosco colorido expone sus golosinas abierto de par en par. Más allá está el supermercado con el hombre que pide en la puerta, al lado la florería escupiendo olores y una modesta librería con un escaparate atrasado. Del lado de enfrente está el cine “Albatros”, que se cae a pedazos de a poco.
Traspaso otro kiosco idéntico al primero. Me llaman los dulces: los escucho. El terreno baldío que le sigue es un espacio verde que está latente, espera a ser devorado por la metrópolis, aunque aparenta que el dueño no sabe lo que cotizan las propiedades hoy en día. Mientras pienso esto, una lata se encuentra en el paso, me dan ganas de patearla y lo hago. Corcovea girando y se va a un lado de la vereda. Pongo las manos dentro de mis bolsillos.
Paso a paso, llega la farmacia azul y blanca con su farmacéutico al que veo de refilón a través de los vidrios, parece cansado de atender a todo un tropel de clientes ansiosos.
El bar pintoresco de la esquina me agarra desprevenido cuando volteo la cabeza hacia delante, lo que hace que casi choque a un señor medio borracho. Al parecer estaba siendo echado (sutilmente) de su noche abolida, condenado a vagar hasta la próxima oscuridad, ahora el bar se dedica a dar de comer a los hambrientos con dinero y poco tiempo.
El rojo del semáforo me detiene por convención, permite la marcha lateral de seres metálicos transportadores de cuerpos de carne. Autos. Máquinas que maneja el hombre y nunca me animé a operar yo mismo. La espera es lo que corresponde y me convierto en esperador. Amarillo luego verde en el aparato.

El sol perperndicular a mi cabeza, alguna que otra nube juega a flotar aguantando la respiración por el cielo.
Cruzo la calle, la cerrajería cerrada tiene un cliente que espera a que abra, la joyería parece tranquila, con poca demanda. Hay niños jugando en la placita de enfrente que son llamados por sus madres, vamos, que tenemos que ir al colegio. Los porteros de siempre se hacen los que no me ven, disimulan con un manto de distracción repentina. Por supuesto los ignoro sin querer.
El kiosco atiborrado de colores atrapa a los desprevenidos obnubilados por la confusión de su gama sicodélica. El supermercado recibe un camión de productos con varios empleados vestidos de rojo que descargan mercadería sobre los ojos del linyera que sigue con la cabeza mí pasar desde su izquierda a su derecha con los ojos preguntones.
La florería soltó a mi pasar olor a jazmín mezclado con claveles, más un plus de lejía penetrando en partículas ínfimas directo a mi cerebro. Me mareé, soy débil en eso, con el pañuelo me tapo la cara y me quedo recuperando el aliento en la vidriera de la modesta librería. Los libros tienen las tapas arrugadas y carcomidas, las hojas refulgen en un amarillento ámbar. Imagino poder oliscar los años que llevan dentro pero la florería puja por seguir imponiéndose en el aire y confunde mis ensueños.
Del otro lado del cemento se armó una cola de unas pocas personas en el cine “Albatros”, ancianos en su mayoría, para ver una función de una película de antaño, un pantallazo al pasado devenido en ruinas para unos o la forma de beber otras sabias dada la imposibilidad que dicta sus condición para otros. Y quién dice que no se pueda encontrar un amor tardío.
El otro kiosco, que es idéntico al primero, me llama, ¿por qué será? Bebidas hay de cualquiera: botellas largas o gordas, líquidos gaseosos o calmos, sabores amargos en su dulzura extrema y ácidos en sus saborizantes permitidos. Desearía tener sed.
El terreno baldío explota de yuyos y malas hierbas, la cerca alta de madera trata de ocultarlos, aunque flores secas espinosas se recortan sobre los muros aledaños ansiosas de mostrarse. Uno piensa en los insectos. Me rasco el cuello.
Piso un chicle derretido, no te la puedo creer, tengo que apoyarme en un arbolito para sacarlo con la ayuda de una ramita. La farmacia azul y blanca se encuentra momentáneamente cerrada.
El pintoresco bar de la esquina anda repartiendo tés y cafés para los descolocados del día que necesitan el parate para poder llegar unos pasos más allá del ocaso.
Maldito semáforo, me ve, sabe que llego, y cambia automáticamente al rojo furioso que nada tiene que ver con el amor. Horas esperando para poder cruzar.
Un cielo muta sobre las cabezas, sumamente nublado, del color los de sueños lavados a mangueraso limpio. El sol no se advierte, la iluminación es constante. Es la hora de los melancólicos.
Me paso de vereda, al fin. La cerrajería está abierta, sufre o disfruta de su momento de gloria cuando una señora anciana busca que le copien la llave, una llave, pero esa que abre lo único y que quiere compartir con alguien. La joyería está cerrada amalgamándose a la búsqueda de equilibrio.
La placita de enfrente fue desocupada por desertores obligados a retirarse, ansiosos de volver. Los juegos esperan inmóviles.
No hay porteros que valgan. Deben dormir su siesta.
El kiosco nunca descansa. “Drugstore 24 hs. Open” Reza su cartel en un arrebato nacionalista de otros países. Por su parte el supermercado atraviesa un período de poca demanda, pero los empleados no paran un solo segundo, trabajartrabajartrabajar. Cosa que el pordiosero está privado de hacer porque no lo encuentra, buscar sin encontrar, y por eso duerme en su cama de tela y papel.
La florería tiene un cartel de “Ya vuelvo” y en la librería se advierte dentro un señor que le extiende una flor a la señorita del mostrador, que se abanica distraída con un ejemplar de poemas.
“Albatros”, el cine, tiene un gran cartel cruzado que dice “CLAUSURADO”. Una lástima.
Está el otro kiosco, que tampoco descansa, y compite con el anterior: “Drugstore 25 hs. Open”. Debe ser mejor.
Empezaron una construcción en el terreno baldío, ya no hay yuyos y se dibuja una estructura. Un obrero en descanso está comiendo una banana. Me da hambre.
Hay hojas secas que crujen a mi paso, el sonido sube y se cuela en mi sistema haciendo que me afloje de placer. ¡Crujan hojas de otoño, crujan bajo mis pies!
La farmacia azul y blanca está de turno. Su cruz verde se encuentra encendida.
La esquina del bar pintoresco contiene una larga cola. La gente quiere cenar una última cena.
Semáforo. Sí. Me detengo. No por mucho.
El cielo está oscuro, se avecina una tormenta de nubes negras, uno parte aún conserva estrellas que me recuerdan a esos que dicen que son como luciérnagas.
Una cuadra más. La cerrajería volvió a cerrar. Pero los demás la imitan. No hay seguridad por lo tanto no hay joyería.
En la placita está el hombre sin casa del supermercado, se ve que ahí duerme por las noches.
No hay gente. No hay nadie. Claro que tampoco porteros que son gente y no son “nadie”.
El kiosco tiene la luz que corta con la oscuridad de faroles rotos y percianas oxidadas. El supermercado cerrado pero vivo por dentro. Alguien se ocupa de mantenerlo para el día siguiente.
Florería y librería, cerradas.
Dónde estaba el cine “Albatros” parece que van a abrir un supermercado chino, mirá vos, próximamente dice y unas letras incomprensibles.
El otro kiosco cumple con la intermitencia. Agrega luz.
Ya no existe construcción ni terreno baldío. El edificio terminado se estira hacia arriba. Me meto en él, ya es hora de volver a casa.
Por hoy concluído la rutina. Ahora sólo habrá repeticiones.

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