martes, 17 de agosto de 2010

El intercambio - Cuento

El intercambio


El bolso reposaba sobre sus piernas, envuelto por brazos protectores que prevenían cualquier lógica física que pudiera intervenir con el andar del colectivo en el que viajaba, o, aun peor, a la injusta lotería de la mala suerte en la cual fuera el ganador y entonces víctima de una detención bajo la incesante actitud invasora: “¿Qué lleva ahí dentro?”.
La paranoia era un sentimiento que fluía dentro de su cuerpo al triple de velocidad que su sangre. La hipersensibilidad que producía el estado de alerta se vería eclipsado al instante si cualquier superior lo detuviese a indagarlo.
Ni atreverse a andar en grupos, con otra gente, mirá si alguien sospecha, mirá si comentan y te paran. De a más de tres nunca, parejas hasta ahí. Nacer anacrónico a la época de su juventud rozaba el rótulo de maldición. No poder -porque ese era el tema- no podía ser como él era, ni imaginar ser lo que deseaba.
Algunos los enterraban; otros decidían borrar sus huellas con el imparcial fuego que todo lo quema sin distinción. El decidió intercambiarlo. La esperanza era la de un ligar casi utópico donde el objeto pueda mantener su esencia y ser lo que fue pensado que sea. Necesitaba un lugar donde el polvo se esconda en el polvo, donde la oscuridad logre envolverse a sí misma, donde el tiempo flote como una dulce neblina vaporosa para luego penetrar de a poco en los seres y objetos, y transmutarlos.
Si verticalmente el futuro del joven no le acaecía, la vivencia horizontal no era tampoco confortable. La gente salía cada vez menos -el miedo se pasaba de mano en mano- las caras de derredor no eran precisamente cortas. Todo lo contrario al mundo intrapersonal del casi hombre, al que bombardearon de preguntas sobre que quería ser cuando fuera grande, y cuando todavía no lo era, la paleta de posibilidades se limitó a los colores primarios.
Aferró para sí la preciada carga que lo condenaba, no por maldad en su sentido más mundano, sino por subversión, por el pensar divergente, por negarse a seguir los pasos de una receta estrictamente amarga. Sus padres aceptaban esa dieta implantada por un capricho gastronómico de lo más autoritario, y vivían los días como individuos individualistas, restringiéndose incluso el uno del otro, en la rutina más simple que puede admitir la de casa-trabajo, trabajo-casa.
En su destino lo esperaba una chica –lo sabía- con un soporte equivalente al que el llevaba, pero contenedor de un universo distinto con leyes propias. La prohibición alentaba las ganas de engullirlo.
El colectivo se detuvo completamente. El chofer anunció que se encontraban en la última parada del recorrido. El joven bajó sosteniendo su bolso contra su pecho y empezó a caminar los metros que lo separaban de su destinatario en movimiento. No debían permanecer en un mismo sitio. Había que caminar, intercambiar en movimiento continuo y no mirar hacia atrás.
Tan dentro suyo repasaba el plan que no advirtió la figura portentosa que militaba el lugar, hasta que lo detuvo y le dijo…
No entendió la palabra, que curiosamente estaba en plural pero remitía a un solo objeto. Inconscientemente el muchacho abrió su bolso, metió la mano y revolvió un poco. Al instante le tendió al superior una pequeña encuadernación que profesaba su identidad.
El hombre la examinó con detenimiento y le dijo palabras que pudo escuchar:
- Continúe civil, y no se desacate.
El joven caminó sobre el aire hasta que pudo alejarse del centinela lo suficiente. No podía creer que su bolso no había sido revisado hasta encontrar el objeto que lo incriminaba y haría que lo desaparezcan.
Continuó caminando para efectuar el intercambio de placeres, de historias, acontecimientos, de saber.
Después de muchos años recordaría con pesar el horrible escándalo que hacían en el régimen para manejarlo a uno, para troncar sus pensamientos y volverlo amanuense como a sus padres. El extremo de llegar a convertir en un hecho delictivo algo tan común, tan bello y tan inocente, como intercambiar libros.

2 comentarios:

  1. YA TE LO COMENTÉ EN OTRA OPORTUNIDAD: ESTE CUENTO ES MAGNÍFICOOOOOOOOOOOOOO

    BESOSSSSSSSSS

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  2. Me encanta! Ya te lo dije cuando lo leí por primera vez pero tiene un espiritú que me sabe a 1984... Lo valioso del pensamiento!

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