lunes, 18 de octubre de 2010

Matar al matadero - Caligrama

Matar al matadero


Dejo los cables de mi artefacto un momento y, sin olvidarme de mi té de hierbas, camino hacia la ventana al descubierto que me atrae la atención y me distrae como una verdad que está para ser vivida a través de los sentidos.

El cielo celeste me provoca preguntas y las nubes blancas me dan respuestas.

Hay pájaros sobrevolando por sobre el mundo de humanos que atiende a la nada y siguen su curso hacia ningún lugar.

La autopista se ve claramente, en un ir y venir infinito de burbujas metálicas en el cual la fragilidad se alberga en forma antropomorfa yendo o viniendo a todos los lugares y a ninguno a la vez.

Es una suerte que ciertos árboles quietos mantengan la calma ante tanto fragor y no desesperan nunca radiantes de verde, con la vital tarea de mantener a los demás seres aeróbicos creciendo.

Más cerca están los postes de corriente zumbando, trabajando en lo suyo con una firmeza magistral, en un continuo fluir de electrones que alimentan al sedentarismo. Distintos del sol amarillo que llena los rincones con sus partículas sanas de luz generadora de vitamina D.

Y en diagonal a la izquierda está, claro, el edificio asesino. Erigido orgulloso y recto, sumido en la forma rectangular en la que se petrificó la idea de matar animales inocentes. El matadero.

El recorrido de la vista confluye nuevamente a volver a los cables y ganas. Tengo que terminar el artefacto pronto. El edificio intruso debe volar y convertirse otra vez en idea, una atroz, sí, pero idea al fin.

La matanza terminará, el río de

metal se secará y el celeste-

verde-amarillo volverán

a ocupar su lugar en

la vista de mi

venta-

na.

jueves, 7 de octubre de 2010

Igualdad de condiciones

Siento el impulso de tomar tus manos en signo de negar la desgracia de abandonar que me condena (las tazas de café a medio tomar, mis ganas de hacer que no llegan a ver la luz, tus labios con otros que ni a mí me importa), reprimo el impulso y sólo llego a rozar tus finos dedos de cemento y me sonríes, como si el contacto insulso valiera un hálito ínfimo de correspondencia. Caminas deslizándote quién sabe a dónde, desfasada del mundo. El apuro está ausente de tus ojos, no deseas llegar, comer, volar. La compatibilidad de aguas frías te resbala, prefieres el vapor y los sueños compartidos. Mi incertidumbre no deja de zumbarme alrededor, me aleja de ti como bala de cañón, oscurece el devenir con ausencias y hielo. Y tú, adivinándome, te acercas confidencial a mi oído y con tu aliento de caracol me dices: “yo también estoy muerta”.