lunes, 30 de agosto de 2010

Mi novia analista de sistemas

Mi novia analista de sistemas acaba de terminar conmigo. Se puso seria y me dijo:
«Tenemos que “Ctrl X”. Necesitamos un “F5” en nuestra vida… Si no “Ctrl S” un poco de dignidad, en el fututo esto nos va a “Ctrl V” mucho más. Y no es para “Ctrl Z” o “Supr” todo lo hermoso de este tiempo. No quiero “Esc”. Sólo quiero que entiendas que lo mejor para los dos en un “Shift” y que a veces es bueno el “Ctrl+Alt+Supr”.»
¿Qué puedo hacer más que pedirles "F1" y consejo?

miércoles, 25 de agosto de 2010

Cerrado por duelo - Cuento


¡Hola, lector misterioso! Lanzo un cuento que fue publicado una vez anteriormente en el primer número de la revista digital "Modesta", de Aurinko Sunshine, que podría ojearse sin necesidad de mojarse la punta de los dedos para cambiar de página, sólo hay que hacer click aquí.
O leálo aquí abajo, que más da. Como sea, espero, disfrute.

- Cerrado por duelo -


Todos, supongo, conocen el año en que nacieron. Todos excepto yo. Y lo que es aún peor: siempre supe el año en que iba a morir.

Cuando digo “siempre” quiero expresar que lo sé desde que nací, que no sé cuando fue. No tengo ni una aproximación. Algunos me dan 40 años de edad, otros 24, ciertas personas me ven lento y senil. Disparidad de percepciones, incluso desde mi punto de vista. ¿Hace 30 años que me casé, sólo 5 o soy recién casado?

martes, 24 de agosto de 2010

martes, 17 de agosto de 2010

El intercambio - Cuento

El intercambio


El bolso reposaba sobre sus piernas, envuelto por brazos protectores que prevenían cualquier lógica física que pudiera intervenir con el andar del colectivo en el que viajaba, o, aun peor, a la injusta lotería de la mala suerte en la cual fuera el ganador y entonces víctima de una detención bajo la incesante actitud invasora: “¿Qué lleva ahí dentro?”.
La paranoia era un sentimiento que fluía dentro de su cuerpo al triple de velocidad que su sangre. La hipersensibilidad que producía el estado de alerta se vería eclipsado al instante si cualquier superior lo detuviese a indagarlo.
Ni atreverse a andar en grupos, con otra gente, mirá si alguien sospecha, mirá si comentan y te paran. De a más de tres nunca, parejas hasta ahí. Nacer anacrónico a la época de su juventud rozaba el rótulo de maldición. No poder -porque ese era el tema- no podía ser como él era, ni imaginar ser lo que deseaba.
Algunos los enterraban; otros decidían borrar sus huellas con el imparcial fuego que todo lo quema sin distinción. El decidió intercambiarlo. La esperanza era la de un ligar casi utópico donde el objeto pueda mantener su esencia y ser lo que fue pensado que sea. Necesitaba un lugar donde el polvo se esconda en el polvo, donde la oscuridad logre envolverse a sí misma, donde el tiempo flote como una dulce neblina vaporosa para luego penetrar de a poco en los seres y objetos, y transmutarlos.
Si verticalmente el futuro del joven no le acaecía, la vivencia horizontal no era tampoco confortable. La gente salía cada vez menos -el miedo se pasaba de mano en mano- las caras de derredor no eran precisamente cortas. Todo lo contrario al mundo intrapersonal del casi hombre, al que bombardearon de preguntas sobre que quería ser cuando fuera grande, y cuando todavía no lo era, la paleta de posibilidades se limitó a los colores primarios.
Aferró para sí la preciada carga que lo condenaba, no por maldad en su sentido más mundano, sino por subversión, por el pensar divergente, por negarse a seguir los pasos de una receta estrictamente amarga. Sus padres aceptaban esa dieta implantada por un capricho gastronómico de lo más autoritario, y vivían los días como individuos individualistas, restringiéndose incluso el uno del otro, en la rutina más simple que puede admitir la de casa-trabajo, trabajo-casa.
En su destino lo esperaba una chica –lo sabía- con un soporte equivalente al que el llevaba, pero contenedor de un universo distinto con leyes propias. La prohibición alentaba las ganas de engullirlo.
El colectivo se detuvo completamente. El chofer anunció que se encontraban en la última parada del recorrido. El joven bajó sosteniendo su bolso contra su pecho y empezó a caminar los metros que lo separaban de su destinatario en movimiento. No debían permanecer en un mismo sitio. Había que caminar, intercambiar en movimiento continuo y no mirar hacia atrás.
Tan dentro suyo repasaba el plan que no advirtió la figura portentosa que militaba el lugar, hasta que lo detuvo y le dijo…
No entendió la palabra, que curiosamente estaba en plural pero remitía a un solo objeto. Inconscientemente el muchacho abrió su bolso, metió la mano y revolvió un poco. Al instante le tendió al superior una pequeña encuadernación que profesaba su identidad.
El hombre la examinó con detenimiento y le dijo palabras que pudo escuchar:
- Continúe civil, y no se desacate.
El joven caminó sobre el aire hasta que pudo alejarse del centinela lo suficiente. No podía creer que su bolso no había sido revisado hasta encontrar el objeto que lo incriminaba y haría que lo desaparezcan.
Continuó caminando para efectuar el intercambio de placeres, de historias, acontecimientos, de saber.
Después de muchos años recordaría con pesar el horrible escándalo que hacían en el régimen para manejarlo a uno, para troncar sus pensamientos y volverlo amanuense como a sus padres. El extremo de llegar a convertir en un hecho delictivo algo tan común, tan bello y tan inocente, como intercambiar libros.

sábado, 7 de agosto de 2010

La vida en un día - Cuento

¡Hola, lector misterioso!
Publico por primera vez un cuento de ficción, inédito, que escribí este año. Espero que lo disfrute. Acá va:

La vida en un día

Salí del departamento temprano por la mañana. Al principio trastabillé un poco hasta tomar ritmo con pasos firmes, agarrando derecho por la vereda de la ciudad atestada, hacia delante. La gente se cruza una a otra, adversa de entrelazar sus vidas.
Camino (porque es lo que tengo que hacer), paso la farmacia azul y blanca y llego al bar de la esquina, el pintoresco. Me engancha el semáforo en rojo, nada raro, espero su señal de seguir adelante.
Hace un día soleado, despejado.
En la cuadra siguiente, la cerrajería está cerrada y la joyería está abriendo. Hay niños jugando en la placita de enfrente. Los porteros de siempre me saludan con un movimiento de cabeza y baldean, o barren, o charlan, o hacen de porteros. Yo ando y hago de transeúnte.
El kiosco colorido expone sus golosinas abierto de par en par. Más allá está el supermercado con el hombre que pide en la puerta, al lado la florería escupiendo olores y una modesta librería con un escaparate atrasado. Del lado de enfrente está el cine “Albatros”, que se cae a pedazos de a poco.
Traspaso otro kiosco idéntico al primero. Me llaman los dulces: los escucho. El terreno baldío que le sigue es un espacio verde que está latente, espera a ser devorado por la metrópolis, aunque aparenta que el dueño no sabe lo que cotizan las propiedades hoy en día. Mientras pienso esto, una lata se encuentra en el paso, me dan ganas de patearla y lo hago. Corcovea girando y se va a un lado de la vereda. Pongo las manos dentro de mis bolsillos.
Paso a paso, llega la farmacia azul y blanca con su farmacéutico al que veo de refilón a través de los vidrios, parece cansado de atender a todo un tropel de clientes ansiosos.
El bar pintoresco de la esquina me agarra desprevenido cuando volteo la cabeza hacia delante, lo que hace que casi choque a un señor medio borracho. Al parecer estaba siendo echado (sutilmente) de su noche abolida, condenado a vagar hasta la próxima oscuridad, ahora el bar se dedica a dar de comer a los hambrientos con dinero y poco tiempo.
El rojo del semáforo me detiene por convención, permite la marcha lateral de seres metálicos transportadores de cuerpos de carne. Autos. Máquinas que maneja el hombre y nunca me animé a operar yo mismo. La espera es lo que corresponde y me convierto en esperador. Amarillo luego verde en el aparato.

jueves, 5 de agosto de 2010

Nadie espera que abra este blog

Nadie está impaciente.
Cada día que pasa me insiste y me dice: “Dale, che, ¿cuál es el problema? ¿Cuándo vas a abrir el blog?”. Ya me da vergüenza esquivarlo, es muy perseverante. No deja de llamarme, de mandarme mensajes, me escribe mails e incluso cuando me cruza por la calle me recalca la necesidad absoluta de que abra un maldito nuevo e innecesario blog. Es que ya lo tengo instalado en mi cabeza, mis pensamientos versan sobre la orden de lo que dicta el día y, al mismo tiempo, la idea de lo que tengo que hacer según él. Abrirlo de una vez. Sólo abrirlo.
Nadie lo espera. Nadie lo quiere. Nadie lo desea con todo su corazón.
Por eso se lo dedico. Al fin está abierto y promete ser un lugar para compartir la literatura y lo literal, para mostrar el todo y la nada, para sentir imágenes sonoras y sonidos pictóricos, y así poder llenar un espacio vacío en la infinita red que no para de crecer. En fin, una gota más de cacofonía.
Y, ahora, Nadie está satisfecho.