lunes, 29 de noviembre de 2010

El fin del mudo - Cuento

¡Hola, lector misterioso! Cuento, cuento. Esta vez el "El fin del mudo", no del mundo por el momento, sino el fin de un estado particular: la mudez. Ya sea Callando o gritando a más no poder, espero, disfrute.

«EL FIN DEL MUDO»

Jonás Guido Landi era mudo e infeliz. No siempre había sido así. Es que en ese momento estaba postrado en una silla de ruedas, doble incapacidad, debido a un accidente en la fábrica de cajas. Ser mudo, no tener voz propia característica, siquiera poder comunicarse con otros a través de palabras, gruñidos, onomatopeyas... Su cabalidad había superado cualquier barrera sí, hasta que un día se dejó estar.

¡Tiririri rín!- sonaba su campanita dorada desde la habitación llamando a su esposa Clara.

Nada. Al parecer la mujer no había vuelto de la farmacia, de su farmacia. Jonás la había construido con el sudor del esfuerzo, por culpa de eso ahora estaba así, en la silla de ruedas. Una caja armada que cae sobre la cabeza no es nada, pero a él lo alcanzó un palet cargado de un millón de cajas desarmadas. Y sobrevivió de milagro. Ahora, quería deshacer ese milagro.

Jonás se acercó a sí mismo hasta el pequeño laboratorio de Clara. Llegó al estante que contenía la larga lista de sustancias primas para la elaboración de preparados. Buscó en los alcoholes, los ácidos. Llegó a los aldehídos, justo a la altura de sus ojos. Se detuvo en su favorito. Una etiqueta gruesa flamante lucía cuadradas letras: FORMALDEHÍDO.

Con toda su parsimonia abrió el gran frasco sobre su regazo. Comenzó a respirar el gas que emanaba el líquido, Jonás Guido Landi sentía cómo le ardían las fosas nasales, los pulmones se rehusaban a ser llenados por completo por la sustancia. Tosió. Disfrutó toser. Disfrutó los intentos de su cuerpo de seguir con vida.

Clara encontró al Señor Landi tirado en el suelo del laboratorio junto con el frasco del formaldehído roto y esparcido el líquido por el suelo. ¿Se había olvidado de cerrar con llave el laboratorio otra vez? Clara se puso un pañuelo en la nariz y sacó fuerzas de dónde pudo para poner al Señor Landi de nuevo en la silla de ruedas y lo sacó del peligro gaseoso que carcomía la vida.

- ¡¿Qué hiciste?! ¿En qué estabas pensando?

Jonás movió su cabeza y abrió apenas los ojos, la mujer era una figura borrosa, aunque muy nítida en presencia, la sentía cerca, sintió una conexión nueva, especial.

Un pensamiento que no era propio de Clara afloró de repente, como saliendo de una columna de humo: «Si me matás, sería como una eutanasia.»

Clara se sobresaltó y se separó del Sr. Landi.

- No puede ser, vos, sentí... hablaste dentro mío, Jonás.

Jonás se movió ligeramente como para asentir lo increíble de la situación. Ahora volvía a tener poder.

- Otra vez con tus intentos de quitarte la vida, querido, ya no sé cómo reaccionar.

Los ojos negros de Jonás Guido Landi, sin fondo, eran intensamente penetrantes.

La mujer escuchó dentro de su mente «Mi vida está fallada. Lo sabés bien. Entiendo que soy un estorbo y se deben quitar del camino.»

- ¿Y pretendés que yo te ayude?

La voz sepulcral salía de la nada.

«Vivimos un entrecruzado eterno entre personas distintas, únicas, que desarrollan un tiempo propio y aparecen por momentos en nuestro propio tiempo. Un encuentro casual breve nos unió, Clara, la sucesión sin fin de largos encuentros hacen que hoy nos debamos separar. Estamos hechos sólo para el momento. Llegó el mío de decir “adiós” al mundo y “hola” a Dios. »

Clara estaba realmente ofuscada, Jonás se había metido de lleno en su mente y había perdido el control de sus pensamientos.

«Mi muerte será como si explotase una burbuja. Insignificante, sí, pero pretendo explotar muy cerca de tu ojo, así por lo menos te dejo con algo de ardor. »

Claro pudo hablar de nuevo.

- Sos un cobarde, siempre lo fuiste. No me afrontaste nunca y ahora querés huir. Creés que...

«Eso lo pensaría dos veces. O todas las veces que lo pensé... ¿Cobarde yo? Enfrentar a la muerte y aceptarla es cosa de valientes, querida. »

- Está bien. Si eso es lo que querés, te voy a seguir el juego.

La mujer entró al laboratorio y salió al instante con una jeringa cargada. Llevó al inválido hasta la habitación y le inyectó el líquido.

Dejó de oír algo dentro de su mente. Le había inyectado un sedante. Relajada, Clara salió del cuarto.

Jonás estaba muy mareado. Las paredes alrededor se movían y lo amenazaban, la oscuridad se acentuaba y el hombre creía estar sintiendo la muerte, que no le era dulce. ¿Porqué tardaba tanto en llegar? Los minutos se derretían como cera caliente. El viento no soplaba, el aire enviciado por mil alientos... Las horas sin pasar quedaban estacionarias. El miedo era inquilino habitual del cuerpo del mudo, una sustancia externa corría por sus venas.

Un pavo real blanco se paseó por el alfeizar de la ventana. ¿Era real? Quizás sólo era un pavo.

Sentir la agonía de vivir, vivir la muerte sin agonía. Solvente, solvente como aquél líquido, tan propio ahora.

A las ocho en punto de la mañana los rayos del sol de primavera penetraban por la ventana del cuarto. Clara entró con el desayuno para el Sr. Landi que despertó al oírla. Miró sorprendido a la mujer que le sonreía. Descubrió todos sus sentidos en funcionamiento.

- Buenos días Jonás.- le dijo Clara- Podés hablarme con la mente, si querés. ¿Cómo te sentís?

Jonás Guido Landi intentó contestarle como había hecho el día anterior. No pudo. Usó todas sus fuerzas y la telepatía no funcionaba. Se puso rojo en el intento y...

- Essstoy fe-feliz de estar... vivo.

Clara se llevó las manos a la cara, Jonás tampoco lo podía creer. Era todavía más grande que el poder telepático, tener voz, poseer la voz que nunca tuvo. Era, siempre lo dirían de ahora en más, un verdadero milagro.

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