lunes, 27 de septiembre de 2010

Grupo Eterno S.A. - Cuento


¡Hola, lector misterioso! Va mi primer publicación en este blog de un cuento de ciencia ficción. Nos ubica en un futuro no muy lejano en una sociedad totalitarista y autoritaria dónde existen los bancos temporales,
en los cuales el dinero puede cambiarse por tiempo y el tiempo por dinero. Esa es la premisa.
Espero, si se anima a leerlo, disfrute.


Grupo Eterno S.A

La ociosa espada

sueña con sus batallas.

Otro es mi sueño.

J. L. Borges


- Su saldo será acreditado a la cuenta de Instantes Acumulados para su posterior disfrute, cuando quiera y donde quiera. Gracias por elegir “Eternitas”, su banco temporal de confianza. ¡CLANK! - la voz femenina de la máquina se apagó con un ruido metálico.

El viejito que manejaba el cajero quedó libre para otorgar su primer lugar al siguiente en la fila, un hombre gordo y alto con uniforme naval. En la etiqueta de su nombre se leía: Capitán Izmo. Pero él sólo era ahora la cabeza de la serpiente formada por la seguidilla de humanos parados uno tras otro, que excedía ampliamente la caja de zapatos blanca que hacía de hall receptor del banco de tiempo de “Grupo Eterno S.A.”

Ferche analizaba el entorno minuciosamente, no quería perder detalle. Aparecía en su mente la madre postrada en un hospital, no cualquiera no, del mismo grupo que el banco.

Los pisos brillaban, las paredes tintineaban, la puerta doble de vidrio polarizado y la máquina de atención al cliente rompían con la secuencia de laca lustrada indefinidamente. En el techo asomaba una semiesfera observadora, último modelo en artículos de seguridad corporativa, ésta no se perdía de nada y, encima, se puede elegir cualquier ángulo de visión. Al lado de la puerta, el custodio, aparentemente el único personal humano de la sucursal, dormitaba sobre un banquito de cristal, con su flamante uniforme blanco-plateado con dos “N” repetidas a la altura del pecho y debajo de su nombre la firma estilizada de Grupo Eterno.


El viejo que había concluido su transacción pasaba ahora al lado de Ferche con una sonrisa hacia la puerta. “¿Para qué ahorraba tiempo para la posteridad un hombre tan entrado en años?” Se preguntó el joven.

El hombre gordo y alto, el Capitán, vendió diez años y esperó a que la máquina expenda el dinero. Lo tomó, lo contó y casi sintió la brisa en la cara como si manejara su nuevo barco transpolar. Diez años de vida cotizaban muy alto en esa época de enfermedad y guerra. Parecía que el Capitán Izmo quería disfrutar a fondo justo ahora, o más bien ya. “¿Da igual llegar a algo por el esfuerzo de años de trabajo que vendiendo la misma cantidad de tiempo de vida en un procedimiento indoloro?” se preguntaba Ferche. Mientras tanto el Capitán Izmo era la segunda persona el muchacho vio salir sonriente.

Los siguientes eran Rupia y su hijo Yen, de cuatro años de edad.

- Quiero hacer un traspaso de la cuenta de mi hijo a la mía.- dijo la mujer.

La maquina habló.

- Diga su nombre completo mientras digita su pulgar en la pantalla, por favor.

Ferche estaba encandilado por el tono extremadamente blanco de la entidad bancaria, en el colegio le habían enseñado que había un líquido, ahora extinto, con una textura y pureza similar, que llamaban “leche”. Sabía que provenía de un animal, “vaca” y que servía como alimento en desayunos y meriendas. Como todos los de su generación, los conocimientos provenían del colegio de los Nuevos Neotemporalistas, “NN”, pertenecientes al monopolio del Grupo Eterno (“sistemáticamente educamos, nutrimos, compartimos, cuidamos y sabemos de tu familia”). Allí, en el desayuno o las meriendas, los líquidos nutritivos eran otros, lo hacían a uno estar bien consigo mismo y con lo que lo rodeaba, calmaban la ansiedad. Ferche, en sus últimos andares por el colegio, decidió no tomar esos líquidos ya que no estaba tan seguro de seguir con ortodoxia de los Amantes del Tiempo, una religión que adoraba las políticas del monopolista mayor, el Dueño, poseedor de todas las empresas de Grupo Eterno S.A. Aquél llamado Incuestionable.

- Gracias por elegir “Eternitas”, su banco temporal de confianza. ¡CLANK!- concluyó la máquina con voz de mujer.

La madre y el hijo, Rupia y Yen abandonaban el banco. Parecía que la mujer había hecho un traspaso bancario de la cuenta de su hijo de cuatro años a la suya, o sea que el niño se iba con menos tiempo de vida, y la madre con unos instantes robados para suprimir lo inminente por el momento, con parches y sobre la marcha. “¿Cómo puede estar tranquila esa madre?”, pensó Ferche. Aún así, la sonrisa no se le borraba del rostro.

- Disculpe, señor.

Ferche no había advertido que una niña lo pisaba. Despertó de esa especie de ensueño que siempre lo acompañaba y entendió que sólo quedaba un grupo de personas antes de que le tocara a él y que estaban todos juntos. Era una familia indigente.

El hombre mayor, el padre, habló a la máquina.

- Mire, eh… Necesitamos dinero, no tenemos para comer, yo tengo tres hijos: Franco, Lira y Sol…

La esposa asentía con la cabeza. En sus manos llevaba una especie de tela tejida a mano, con varios tipos de género y nudos trabajados.

- Le ofrecemos una manta hecha con el mayor empeño, me parece que puede valer algo, no sabemos a dónde más ir…

- El intercambio es sólo temporal, ¡de tiempo! y no es por tiempo limitado, ¡es para siempre! El custodio los acompañará hacia la puerta. Gracias por elegir “Eternitas”, su banco temporal de confianza. ¡CLANK!

El empleado de seguridad abandonó el letargo y comenzó a caminar lentamente hacia la máquina. Sus ojos no eran humanos, al igual que otras partes de su cuerpo: era un ciborg.

Ferche observaba como se llevaban a los cinco integrantes de la familia a un rincón para dialogar con el ente de seguridad que, según le pareció al muchacho, aparentaba algún tipo de comprensión. Después de todo algo de humano tenía.

Le tocaba a Ferche hacer la transacción. Tenía un fangote de billetes en el bolsillo.

- Hola, sí, yo necesito comprar tiempo de vida para mi madre que está muy…

- Diga su nombre completo mientras digita su pulgar en la pantalla, por favor.

Ferche se sentía contrariado, ¿valía la pena detener por unos meses la muerte de su madre sólo para sumirla en una agonía extendida? El dinero no garantizaba más que un poco más de tiempo y eso conllevaba todos los ahorros de sus últimos años de trabajo.

La máquina se impacientaba -“por favor, diga su nombre completo”-. En el rincón había forcejeos con el ciborg custodio. El padre de los chicos empujó al empleado con sus manos apoyadas en las NN de su pecho.

Fue entonces cuando se oyó la bocina de reconocimiento, inconfundible.

El Incuestionable se acercaba.

Muchos decían que era un mito, una leyenda, que las sociedades anónimas no podían pasar a ser de una sola persona. Pero la bocina lo anunciaba. Era un raro privilegio escucharla, se contaban con los dedos los que lo habían visto alguna vez. El hombre más poderoso del mundo. El Dueño del Todo, el monopolista mayor, poseedor de Grupo Eterno S.A. Una sociedad compuesta por una sola persona.

La pared blanca lateral derecha ocultaba una entrada que se abrió rápidamente, dejando ingresar a una especie de semiesfera observadora flotante, como la que estaba en el techo. Encima de ella estaba el hombre más decrépito que Ferche hubiera visto alguna vez, si lo que quedaba de ese ser era humano.

El deterioro del hombre poderoso era el extremo contrario a la agilidad que le proporcionaba su medio de locomoción levitador, con pequeños brazos como ramas que se desprendían en todas direcciones. En su cabeza llevaba un control de mando biológico, unido a su corteza cerebral, con el cual controlaba al aparato como si fuera su propio cuerpo. A sus costados Guardianes del Tiempo, custodios personalizados, como grandes roperos de ébano azabache.

Ferche observaba con los puños cerrados semejante desnivel, entre este poderoso y la familia. Aún así, el Dueño estaba reducido sobre sí mismo, con arrugas acanaladas como ríos secos en su cara, postrado con un respirador y los ojos lagañosos, a duras penas boqueaba intermitentemente como un pez moribundo. Miles de años debía tener, billones de toneladas de dinero. Tan frágil, la nada.

Una voz humana surgió de su aparato, limpia de toda característica robótica pero emitida por medios digitales.

- En el Banco Eternitas queremos que todos nuestros usuarios sean felices. – habló dirigiéndose a los concurrentes del lugar y especialmente a la familia pobre. Había personas que lagrimeaban de emoción frente a aquél Señor, otros ya le estaban avisando a sus conocidos con sus celulares. Y continuó- Con gusto compraremos su tejido elaborado a mano, es una especie de cachemir, ¿no es así? Esplendida construcción. Acompáñennos, si son tan amables.

Los integrantes de la familia, padre, madre e hijos se miraron entre sí, contrariados, mientras Los Guardianes del Tiempo los rodeaban. Tuvieron que caminar intimidados hacia la penumbra del recoveco que se había abierto en la habitación blanca.

El Dueño del Todo levantó sus múltiples manitos metálicas y simuló una reverencia.

- No hay nada más que ver. Recuerden que el tiempo es dinero. Recuerden que el dinero no hace la felicidad. Y por lo tanto, recordemos que la felicidad la hace el tiempo, aunque no haya dinero. Que la Eternidad esté con ustedes.

La gente lo aplaudió, silbó y gritó de admiración. El Dueño se volvió, seguido por sus guardianes, y regresó a las penumbras cerrándose detrás de él la pared blanca.

La máquina expendedora le gritó a Ferche: ¡Diga su nombre completo mientras digita su pulgar en la pantalla o váyase, no nos haga perder el dinero!

Ferche sintió revolverse en sus adentros una implosión que necesitaba exteriorizar para que no lo engulla entero. Se alejó de la máquina expendedora y salió a la calle. La desolación desértica de la ciudad le pareció mejor que la falsedad de esos muros llenos de pureza.

El cielo estaba completamente violeta y había algunos fuegos fatuos que iluminaban la noche con su danzar verde y amarillo. A Ferche le nació un odio, lleno de frustración, impotencia, junto a un deseo de cambio monumental: la muerte de su madre era lo mejor para ella, partir de un mundo así no era tan terrible. Pero sin embargo no quería aceptarlo.

Tomó la piedra más grande que encontró en la calle. Una piedra con forma ovalada, suave, perfecta para revolucionar, que tuvo que sostener con las dos manos. Se posicionó frente al Banco del Tiempo, refulgente de blancura tras sus vidrios negros, y transmitió a su cuerpo la fuerza de los sentimientos que tenía acumulados. La piedra trazó un arco perfecto, el vidrio polarizado de la puerta doble estalló al igual que su odio reprimido. Ferche pudo dar una bocanada tranquila de aire.

Fue entonces cuando se oyó la bocina de reconocimiento, inconfundible.

1 comentario:

  1. Ferche no pudo tomar una mejor decisión. Realmente un excelente cuento. Te atrapa y te va llevando hacia un desenlace con el que muchos nos sentimos identificados. Congratulations, Dina!

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