¡Hola, lector misterioso!
Publico por primera vez un cuento de ficción, inédito, que escribí este año. Espero que lo disfrute. Acá va:
La vida en un día
Salí del departamento temprano por la mañana. Al principio trastabillé un poco hasta tomar ritmo con pasos firmes, agarrando derecho por la vereda de la ciudad atestada, hacia delante. La gente se cruza una a otra, adversa de entrelazar sus vidas.
Camino (porque es lo que tengo que hacer), paso la farmacia azul y blanca y llego al bar de la esquina, el pintoresco. Me engancha el semáforo en rojo, nada raro, espero su señal de seguir adelante.
Hace un día soleado, despejado.
En la cuadra siguiente, la cerrajería está cerrada y la joyería está abriendo. Hay niños jugando en la placita de enfrente. Los porteros de siempre me saludan con un movimiento de cabeza y baldean, o barren, o charlan, o hacen de porteros. Yo ando y hago de transeúnte.
El kiosco colorido expone sus golosinas abierto de par en par. Más allá está el supermercado con el hombre que pide en la puerta, al lado la florería escupiendo olores y una modesta librería con un escaparate atrasado. Del lado de enfrente está el cine “Albatros”, que se cae a pedazos de a poco.
Traspaso otro kiosco idéntico al primero. Me llaman los dulces: los escucho. El terreno baldío que le sigue es un espacio verde que está latente, espera a ser devorado por la metrópolis, aunque aparenta que el dueño no sabe lo que cotizan las propiedades hoy en día. Mientras pienso esto, una lata se encuentra en el paso, me dan ganas de patearla y lo hago. Corcovea girando y se va a un lado de la vereda. Pongo las manos dentro de mis bolsillos.
Paso a paso, llega la farmacia azul y blanca con su farmacéutico al que veo de refilón a través de los vidrios, parece cansado de atender a todo un tropel de clientes ansiosos.
El bar pintoresco de la esquina me agarra desprevenido cuando volteo la cabeza hacia delante, lo que hace que casi choque a un señor medio borracho. Al parecer estaba siendo echado (sutilmente) de su noche abolida, condenado a vagar hasta la próxima oscuridad, ahora el bar se dedica a dar de comer a los hambrientos con dinero y poco tiempo.
El rojo del semáforo me detiene por convención, permite la marcha lateral de seres metálicos transportadores de cuerpos de carne. Autos. Máquinas que maneja el hombre y nunca me animé a operar yo mismo. La espera es lo que corresponde y me convierto en esperador. Amarillo luego verde en el aparato.