Cacofonía literal
lunes, 9 de mayo de 2011
Cacofonía literal #007
domingo, 1 de mayo de 2011
La expectación - Cuento
La expectación
Cuando la vi me sentí decididamente mal. Primero fue incomodidad, luego me entraron unas ganas tremendas de salir corriendo pero, como no podía hacer otra cosa, me entregué a ella. Ahora sigo sentado esperando porque, ¿qué se puede hacer en un momento así? Esperar y nada más.
Me parece raro que no haya más gente, digo, es que uno supone que las personas se agolpan por entrar a estos pagos... o salir. En sí no sé bien dónde es, pero lo que importa es que estoy. Pero claro, puedo pensar, puedo escribir estas líneas. La frase “Pienso, luego existo” nunca me pareció tan desacertada, y eso que admiro a Descartes. Encima, no sé si conjugar en pasado o presente la palabra “admiro”. Es que yo creo que “lo admiro”, pero no sé si “lo admiré”, remitiéndome a este momento.
Uno se pregunta antes de que te venga a visitar: ¿será qué todo es como los episodios que no recordás del día anterior cuanto te levantás con resaca? Parece que no. Diría que más bien es como cuando te despertás a medias de un sueño confuso y te volvés a dormir al rato. Acá la autoconciencia es descomunal. Lo siento René...
Hace un mes le dije a mi ex amigo: ¿Duele mucho, Doctor? ¡Cómo si a él le pasaran estas cosas! Y claro, como el Doctor Belgrado era mi amigo (y sé que el pasado de “era” está bien conjugado) le preguntaba eso, confiando en él plenamente. ¡Qué iluso! Ahora el muy desagradecido está con Quita en el Caribe. ¡Ah, si pudiera volver por allá! ¡Qué tiempos aquellos! Ya me expreso como si hubieran pasado años y ni por las tapas... Sólo algunos minutos y ya me desespero. ¿Estaré listo para esto? Resta esperar.
Puedo describir la sala: es cuadrada en los seis lados y totalmente gris, aunque los cuadrados son de diferentes tamaños; la pared de mi derecha es más amplia que la izquierda y, a su vez, el techo es mayor que el piso. A mi me parece una habitación imposible pero sin embargo estoy en ella, o no... no sé. A mí me parece que estoy y que es gris. Gris claro. Lo único que hay dentro es el asiento en el que estoy incómodamente instalado y una mesita. La mesa tenía un lápiz y papel así que, por supuesto, me puse a escribir. Tengo que matar el tiempo, este lugar es acotado y soy bastante claustrofóbico. ¿Soy?
Ni idea por qué lugar salió la responsable en traerme a este lugar. Supongo se habrá abierto algo acá en la pared del frente pero ya miré y no parece tener fisuras. Me costó reaccionar cuando llegué. Seguramente, cuando aparezca una...
Es increíble pero se abrió una rendijita hace un rato en la pared de enfrente y tuve que dejar de escribir. Hay mucha luz del otro lado y no se ve nada, pero ilumina mucho esta habitación. Parece que hay alguien o algo del otro lado. Se escucha como un zumbido. Voy a preguntar dónde estoy y qué debo hacer a ver si contestan...
Ahora me quedó todo mucho más claro. Pregunté y una voz respondió. Me siento aliviado, pensé que me iba a quedar solo acá encerrado para siempre. Tenía razón, tengo que esperar a que decidan qué hacer conmigo. Me respondió ella, la que me trajo acá.
La voz de mujer, así de femenina es la Muerte, me dijo: “La burocracia también existe de este lado. No hay más que hacer, sólo esperar. Estás en el purgatorio”.
lunes, 6 de diciembre de 2010
Cacofonía literal #006
La tinta tienta tanto a tantear la tela cual tinto testado y tibio en tarde con tesura.
lunes, 29 de noviembre de 2010
El fin del mudo - Cuento
«EL FIN DEL MUDO»
Jonás Guido Landi era mudo e infeliz. No siempre había sido así. Es que en ese momento estaba postrado en una silla de ruedas, doble incapacidad, debido a un accidente en la fábrica de cajas. Ser mudo, no tener voz propia característica, siquiera poder comunicarse con otros a través de palabras, gruñidos, onomatopeyas... Su cabalidad había superado cualquier barrera sí, hasta que un día se dejó estar.
¡Tiririri rín!- sonaba su campanita dorada desde la habitación llamando a su esposa Clara.
Nada. Al parecer la mujer no había vuelto de la farmacia, de su farmacia. Jonás la había construido con el sudor del esfuerzo, por culpa de eso ahora estaba así, en la silla de ruedas. Una caja armada que cae sobre la cabeza no es nada, pero a él lo alcanzó un palet cargado de un millón de cajas desarmadas. Y sobrevivió de milagro. Ahora, quería deshacer ese milagro.
viernes, 12 de noviembre de 2010
Cacofonía literal #005
lunes, 1 de noviembre de 2010
El calor del invierno - Cuento
El calor del invierno
Para Saad, la madre, y sus hijos, Kii y Grant, las noches del martes, las tardes de los miércoles y las mañanas del jueves, servían para mantener ardiente la llama de la esperanza, dónde su padre pendenciero dejaba, sin saberlo, que sus sueños se entrelacen con las historias de
Oriundus era el esposo de Saad y padre de sus chicos, Señor para algunos pero no para mí, y creía firmemente que sus defectos no eran obstáculos a sus objetivos. Estaba en absoluto convencido de que los podría controlar a gusto más adelante. Era el líder de la familia Oriundus, no el sostén, puesto que a duras penas aportaba a la economía. Oriundus pensaba que nada cambiaría, mejor dicho, había pensado así, pero no supo que su familia había entrado al sopor que provoca el calor del invierno, el de
lunes, 18 de octubre de 2010
Matar al matadero - Caligrama
Matar al matadero
Dejo los cables de mi artefacto un momento y, sin olvidarme de mi té de hierbas, camino hacia la ventana al descubierto que me atrae la atención y me distrae como una verdad que está para ser vivida a través de los sentidos.
El cielo celeste me provoca preguntas y las nubes blancas me dan respuestas.
Hay pájaros sobrevolando por sobre el mundo de humanos que atiende a la nada y siguen su curso hacia ningún lugar.
La autopista se ve claramente, en un ir y venir infinito de burbujas metálicas en el cual la fragilidad se alberga en forma antropomorfa yendo o viniendo a todos los lugares y a ninguno a la vez.
Es una suerte que ciertos árboles quietos mantengan la calma ante tanto fragor y no desesperan nunca radiantes de verde, con la vital tarea de mantener a los demás seres aeróbicos creciendo.
Más cerca están los postes de corriente zumbando, trabajando en lo suyo con una firmeza magistral, en un continuo fluir de electrones que alimentan al sedentarismo. Distintos del sol amarillo que llena los rincones con sus partículas sanas de luz generadora de vitamina D.
Y en diagonal a la izquierda está, claro, el edificio asesino. Erigido orgulloso y recto, sumido en la forma rectangular en la que se petrificó la idea de matar animales inocentes. El matadero.
El recorrido de la vista confluye nuevamente a volver a los cables y ganas. Tengo que terminar el artefacto pronto. El edificio intruso debe volar y convertirse otra vez en idea, una atroz, sí, pero idea al fin.
La matanza terminará, el río de
metal se secará y el celeste-
verde-amarillo volverán
a ocupar su lugar en
la vista de mi
venta-
na.